Durante los últimos meses, los principales museos del mundo vivieron momentos convulsos al ver acosadas sus colecciones por activistas defensores de causas medioambientales. Ataques planificados, que buscaban relevancia en medios de comunicación y generar debates televisivos y en redes sociales –de expertos poco avezados– que, tras tibias condenas de las agresiones, trataban de justificar la ‘naturaleza ética’ de los vandalismos. Y lo más triste, en ninguno de ellos acertaban a describir el peligro real que se ocultaba tras las ‘performances‘.
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