Un nuevo día amanece tras las montañas lejanas. Una persona casi anónima, un vigilante de seguridad cansado, contempla los primeros rayos de sol. Lleva trabajando en horario nocturno varios días, y aún le quedan otros tantos. Durante el turno, tras observar como pasaba una Estrella más luminosa de lo habitual, ha creído que la breve brisa del norte le traía voces alegres y cánticos de flautas, timbales y tambores. Villancicos tal vez, pensó para sus adentros. El mundo exterior está celebrando la Nochebuena. Para él, sólo puede ser una noche más.
En el frío silencio del amanecer, medita sobre el período de la Navidad. Sin duda, es sinónimo de reuniones, alegría, fiestas y gasto. Mucho gasto. Pero, también representa la alegría en una época de reuniones, de cenas con familiares o amigos, de salidas nocturnas hasta el amanecer y sobre todo de esperanza y de ilusión.
A nivel popular se supone que, de este modo, con esta algarabía, se aleja la soledad y la oscuridad del crudo invierno. Pero el casi anciano vigilante sabe bien que, en realidad, se trata de una ancestral celebración religiosa que lucha con ahínco por mantener su esencia primigenia.
El vigilante, llega pues a la conclusión de que es la cara más luminosa de la vida para el común de los mortales. Pero, como no todo es oro lo que brilla en la viña del señor, nuestro protagonista se ve forzado a contemplar la celebración navideña con su familia alejada. Si la señora cobertura se lo permite, a la hora convenida, intentará felicitarles mediante esa incomprensible videoconferencia del móvil.
Hasta que llegue ese esperado momento, mirará por la ventana imaginando las caras de sus seres queridos dibujadas en las nubes que amenazan nieve. Solitario en su garita (la mayoría de las veces cutre a más no poder), cuenta las horas de esta Noche de Navidad que pasan más lentas que nunca.
En algunos momentos de la noche recuerda vagamente aquellas palabras escritas libro en el libro “Diez días de julio”, por Esteban Navarro. Según afirmaba el autor, «Estar alejados de los seres que queremos es de las cosas más tristes que hay en la vida. En la policía nos entrenaban para muchas cosas, pero no para soportar la soledad».
Palabras que bien podrían dirigirse a los miles de vigilantes de seguridad que trabajamos en soledad. Pero a nosotros, ni siquiera ha pensado nadie en hablarnos sobre este asunto. Pero aquí estamos un año más por Navidad.
Como si de un mantra salvador se tratara, el vigilante, repite para sus adentros que, gracias a su profesionalidad y tesón, otras muchas personas pueden disfrutar de una Navidad, como Dios manda. Tan felices como la imaginación y la ilusión puedan dibujar en los corazones de las personas y en los de su familia.
-Por unos momentos, me permitiré el lujo de caminar tranquilo a pesar del frío nocturno. Miro a lo lejos, y contemplo a un hombre tirando de un pequeño borrico que carga con una mujer. Tapada hasta la cabeza, protege con su manto el bulto pequeño que lleva con ternura entre sus brazos. Bien parece la puesta en escena de una postal navideña, pero ¿Adonde irán tan tarde y con este frío? –
El vigilante sonríe al tiempo que se pregunta dónde se estará celebrando la fiesta de disfraces.
-Es raro este tipo de fiestas en la Noche más Familiar del año, la Nochebuena. Pero yo no entiendo a los jóvenes de hoy día. Y eso que he visto a miles pasar por delante de mi garita en los largos de servicios de seguridad-.
En un santiamén la pareja desaparece en la lejanía. Al tiempo que esto sucede una extraña tristeza embarga el alma del vigilante que le hace volver a pensar en los seres queridos que ha dejado antes de salir para su servicio nocturno.
Cansado de tanto navegar por una web saturada de mensajes prefabricados, el vigilante, intenta convencerse de que «La Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado de la mente» como decía el trigésimo presidente de los Estados Unidos, Calvin Coolidge. Pero no le funciona en esta noche tan especial, Y menos aún, cuando las dudas se adueñan del sentido común alimentando pensamientos no deseados.
En medio de sus meditaciones, por el rabillo del ojo, el vigilante, cree ver a un señor gordo, barbudo, y vestido de blanco y rojo. He tenido la sensación de que volaba en una especia de trineo, cerca de su garita. Las campanillas que resuenan alegres descubren rápidamente la identidad del intruso.
El profesional de la seguridad, aunque demasiado mayor para seguir trabajando, sale corriendo al exterior de la garita. La defensa en una mano, el Walkie talkie en la otra, el cinturón, sujeto por los codos, está a punto de soltarse, y los desgastados zapatos, a medio abrochar, le hacen parecer un borracho malhumorado en lugar del profesional de la seguridad que es en realidad.
A pesar de todos los inconvenientes, corre y grita al atrevido intruso hasta desgarrarse las cuerdas vocales. Pero ya es tarde para alcanzarle, aunque sólo fuera por unos segundos.
-¡Maldita sea! ¿Estaré volviéndome loco? –
El sentido de la profesionalidad, por mucha Navidad que sea, pone rápidamente las cosas en su sitio. Y una nueva ronda de vigilancia es iniciada. Y su mente, más calmada, vuelve poco apoco a navegar hasta el salón de su hogar. Hacia la familia que celebra la Navidad añorando su ausencia.
Un nuevo día amanece tras las montañas lejanas. Una persona casi anónima, un vigilante de seguridad, contempla los primeros rayos de sol. En medio del éxtasis escucha al fin un sonido alentador que ha estado esperando tantas horas. El turno está a punto de finalizar. Será relevado por otro vigilante. Otro profesional de la seguridad, que también pasará largas horas en la soledad del anonimato, pues la rueda del destino, sobre todo en la seguridad, no puede pararse como sería deseable.
Con la llegada del día y la alegría del relevo, resuenan en el cansado cerebro de nuestro vigilante aquellas palabras de Erma Bombeck que tanto le gustan. «No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y no ser un niño», decía la humorista y periodista americana. De modo que nuestro vigilante, a pesar del cansancio y del sueño incipiente, aguantará un poco más. Esperará a llegar casa para abrazar a los seres queridos y convertirse en el mayor y más alegre de los niños al tiempo que, un año más, les felicita la Navidad…
Aunque no lo parezca a primera vista, ésta no es una historia ficticia ni triste. Es real y cruda como la vida misma. Los vigilantes de seguridad, en su mayoría grandes profesionales, conocen esta historia en su fuero interno, aún sin saberlo. Lo que no impide que apliquen por inercia las palabras de la escritora Helen Adams Keller cuando refería que, en cuestiones de seguridad, «Nunca bajes la cabeza; mantenla bien alta y mira al mundo a los ojos», aunque sea por Navidad, añado.
Felices Fiestas de Navidad a TODOS y que durante el Año 2022 se materialicen todas vuestras ilusiones.
Saludos y Gracias por Estar Ahí.
Rafa Montilla