Volver a volar.

Volver a volar.

El simple hecho de ir a la T-4 me desata una angustia que arranca por los tradicionales atascos de la hora punta -qué hora en Madrid no es punta-, sigue por las colas infinitas del “check-in” -que dicen los cursis por “facturar la maleta”- y supuestamente debería concluir en los interminables controles de seguridad. Que, sin embargo, desencadenan en mí una extraña preocupación. Como si escondiera en la maleta de mano un alijo de grifa.

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